El nuevo creyente o aquel que sólo siente un inesperado interés por el estudio de la Biblia, se encuentra con una serie de sorpresas según va avanzando en su investigación.
La primera de ellas llega en el momento de adquirir un ejemplar al encontrarse con varias opciones a su disposición: católica, protestante u ortodoxa, y dentro de cada una de ellas múltiples versiones en su lengua materna. Tiene que utilizar un idioma muy minoritario para que no encuentre un ejemplar completo o secciones de la Biblia.
Si se encuentra ya dentro de una iglesia optará por una de las tres, y aunque parezca en un principio que las diferencias con otras versiones son mínimas, las hay. Seguramente pensará (como me sucedía hasta hace poco) que eran cuestiones de estilo o por la traducción de algún que otro término para apoyar o desbaratar una intrincada posición teológica. Pero si se estudia el tema más a fondo, podrá ver que la versión escogida, y que probablemente manifieste que se basa en los textos originales (a no ser que haya optado por la Vulgata católica o la Traducción de las Escrituras del Nuevo Mundo de los testigos de Jehová), a la hora de traducir el Antiguo Testamento, elegirá el canon palestino, con la garantía que da su uso en el Talmud y que será elegido por un concilio judío en Jamnia en los años 90-100 d.C. tras la caída de Jerusalén usando textos hebreos, o bien utilizará el canon alejandrino, también llamado la versión de los setenta, utilizada por los judíos de habla griega, mucho más variable, y que utiliza la traducción que según la leyenda hicieron al griego setenta y dos traductores hebreos, y que incluye más libros.
Si ha optado por una versión que utilice el canon palestino sentirá más seguridad acerca de la fidelidad de la traducción, pero esa sensación se tambaleará cuando sepa que las Escrituras que utilizaban Jesús y sus discípulos eran las recogidas en la Septuaginta, y que bastantes de los temas claves del cristianismo como los ángeles, la resurrección de los muertos, el juicio final, la sabiduría divina, etc. son consecuencia de esos libros que no forman parte del canon palestino.
Resignado a no contar de momento más que con una sola versión, emprende la lectura del Nuevo Testamento, ya que ha leído que presenta muchas menos divergencias que el Antiguo: los mismos libros y con mayor uniformidad en las fuentes al ser menor el tiempo trascurrido.
Al no dominar los idiomas originales en que se escribió el libro: hebreo, arameo y griego, tiene que confiar en la pericia de los traductores. Así ve que el arte de traducir es algo que avanza día a día según van apareciendo nuevos manuscritos y los expertos continúan investigando. Por tanto no se puede decir que exista la traducción definitiva y perfecta. Ni siquiera se podría afirmar que una traducción más reciente es mejor que otra antigua. Le hace pensar saber que el traductor puede traducir un vocablo según él piense que es mejor darle el significado que tendría hoy y que mejor se adopta a la mentalidad actual o simplemente “volcarlo” con su significado literal de entonces, más fiel pero con el peligro de que el sentido varíe totalmente para nosotros. Se da cuenta de lo difícil que tiene que ser el traducir términos como “oveja” a un idioma en el que no existan esos animales, como sucede con los esquimales, o palabras que se refieran a objetos y costumbres tan localizadas en el tiempo y espacio.
Otra duda le surge cuando sabe de la existencia, al igual que en el Antiguo Testamento de libros (1 Clemente, la epístola de Bernabé, Sabiduría de Salomón, el Apocalipsis de Pedro, el Pastor de Hermas, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Pedro.)que han estado a punto de formar parte de ser considerados como inspirados por Dios, pero que por dudarse de su apostolicidad (aunque Hebreos fue aceptado por creerse de origen paulino y hoy se afirma que no es así), por ser aceptados tanto por la iglesia occidental como por la oriental, por su ortodoxia y por el uso litúrgico generalizado en las iglesias.
Visto que han existido múltiples listados de libros canónicos hasta que se ha fijado el definitivo se pregunta si no se habrán rechazado libros verdaderamente inspirados por Dios y se habrá incluido algún libro que no lo es. Se cuestiona asimismo que pasaría si un descubrimiento arqueológico sacara a la luz un libro que cumpliera todos los requisitos. Teóricamente habría que aceptarlo como parte de las Escrituras y habría de rechazarse la idea de un canon cerrado por siempre.
Tras leer los cuatro evangelios, se da cuenta de que aunque el contenido es muy similar, sobre todo en los sinópticos, prefiere unos a otros porque reflejan mejor la idea que tiene él de Cristo. Piensa que tal vez unos libros contengan más nítidamente el mensaje de Dios. No entiende que Dios en el Antiguo Testamento mande exterminar pueblos enteros o castigue faltas como la de Uza por evitar que el arca caiga al suelo o perdone todo tipo de pecados a David. Llega a creer que el Nuevo Testamento no tiene nada que ver con el Antiguo.
Como aparte de leer la Biblia también estudia tratados sobre el libro sagrado, se entera de que está cayendo en lo que se llama el canon dentro del canon, que se trata de la postura de pensar que los libros de la Biblia tienen distinto grado de inspiración. Y no precisamente los libros que cuando se formó el canon fueron más conflictivos como Hebreos o 2ª de Pedro, sino en función de que esos libros apoyen más o menos nuestros puntos de vista teológicos o refuercen los dogmas de nuestros adversarios. Claro que ve que es muy fácil mostrar preferencia de unos libros sobre otros, sobre todo esos libros en los que es tan difícil ver que Dios nos muestre mensaje alguno como Números. Es en ese momento cuando se da cuenta de que tal vez por eso en las principales iglesias existe el año litúrgico, de tal manera que el ministro oficiante se ve abocado a leer y utilizar en el culto unos textos determinados, de tal manera que en pocos años tanto él como la comunidad de fieles han oído todas las Escrituras.
Pero entiende que tampoco es difícil pensar que unos libros puedan tener mayor fuerza que otra. Los Evangelios recogen como vivió Cristo en la tierra, lo que dijo y cómo murió por nosotros. En cambio otros libros sólo recoger aspectos muy parciales y concretos. Nota el detalle de que cuando en los servicios se lee el evangelio, generalmente por el ministro oficiante, la comunidad se coloca de pie, mientras que cualquier otro fragmento, incluso del Nuevo Testamento, se escucha sentado. Eso sería signo de cierta preferencia. Por otra parte el contenido del mensaje que Dios podía trasmitir a su pueblo cuando éste era una tribu nómada en constante lucha contra los elementos y todos sus vecinos, no podía ser el mismo que cuando ese pueblo ya se ha asentado, ha creado un estado y puede reflexionar y procesar el mensaje que le llega. Algo que se puede ver con los diferentes tipos de profetas que van trasmitiendo el mensaje a Israel.
El nuevo creyente llega a la conclusión que por otra parte debe confiar más en el proceso de conformación del canon, que llevó siglos, miles de discusiones y debates. Algo comparable a la diferencia de un buen vino que se forma a lo largo del tiempo, lentamente, sedimentando lo valioso y descartando lo sobrante, y un vino malo, joven, en que todo vale o se elimina lo valioso por un mal criterio de selección.